PARTE-I
Toda ilusión trae consigo la esperanza, el anhelo de aquello que de verdad se desea. Y he de confesar, que la maternidad siempre fue la mayor de mís ilusiones. Tan
importante era para mí, que habia llegado a un punto en mi vida, que todo giraba en torno a ese poderoso deseo.
Durante años pasé por consecutivas series de embarazos, pero nunca llegaban a su fin, al tercer mes, todos fracasaban. Fueron
etapas física y mentalmente agotadoras. Los episodios
depresivos me hundían en un hondo pozo, de donde se me hacía casi imposible salir.
Cierto día, hablando del tema con una buena amiga, su argumento me abrió un abanico de esperanzas. Me comentó algo que excedían todos los límites de la sensatez. Quizás fuese por la desesperación, el caso es que pese a mi recelo, me propuse intentarlo.
A la altura de media calle, un rótulo desteñido
señalaba lo que andaba buscando.
Pero estaba decidida, con una mezcla de ilusión e impaciencia que me nublaba la razón. Había ido en busca de algo que jamás había considerado, pero que en ese momento, aunque lo creyese absurdo, podría ser mi única esperanza.
Entré sin llamar porque la puerta estaba entreabierta. Anduve por un largo y oscuro pasillo. Llegue hasta una escalera muy empinada que bajaba hacía un sótano. Unas cuantas
velas colocadas en los laterales de cada peldaño, alumbraban el ambiente. La intriga me angustiaba.
Conforme bajaba, aquel lugar se iba transformando en un espacio cada vez más enigmático. Al llegar al último escalón, me detuve un instante. Lo observé todo. La iluminación era tenue. Desprendía una mezcla de agradables aromas. Incienso, canela, naranja…
Conforme bajaba, aquel lugar se iba transformando en un espacio cada vez más enigmático. Al llegar al último escalón, me detuve un instante. Lo observé todo. La iluminación era tenue. Desprendía una mezcla de agradables aromas. Incienso, canela, naranja…
De detrás de las estanterías, se escuchó una tímida voz que me preguntó si deseaba
algo. Aguardé unos segundos en completo silencio, hasta que se acercó hacia mí, un extraño personaje.
Me sorprendió su atuendo, su extraña
apariencia daba honor a su nombre al cual hizo referencia al instante.
-Soy Merlín ¿en que puedo ayudarle?
Iba vestido con una túnica azul y un enorme
gorro adornado con estrellas. Tenía una larga barba blanca y un generoso
bigote. Realmente aquel personaje parecía sacado de un cuento.
- Será algo complicado- me dijo: pero tengo lo
que necesita.
Sus palabras sonaban con mucha
solemnidad.
-Tenga Sra. custodie bien este ejemplar, es el
único que existe en todo el mundo, en él encontrará lo que ha venido a buscar...
Y depositó aquél volumen con sumo cuidado sobre las palmas de mis manos.
Y depositó aquél volumen con sumo cuidado sobre las palmas de mis manos.
Con curiosidad abrí aquel tomo para ver el
contenido, sin ninguna pagipá en concreto, pero un soplo de aire trémulo, arrastró varias páginas hacía delante, y se detuvieron ipso facto.
Merlín, señaló con su dedo índice, el párrafo que indicaba con todo detalle, los preámbulos a seguir...
Una especie de inquietud, con mezcla de euforia, recorría todo mi cuerpo. El pensamiento de mi propósito hecho realidad, me
superaba.
Mientras subía las escaleras, las velas se iban apagando. Eché una mirada hacia atrás y todo se había
envuelto en una oscuridad absoluta.
Desconcertada, apresuré el
paso callejón a bajo. Una mezcla entre entusiasmo y culpabilidad, con la alegría del logro de mi deseo, me nublaba la mente. Las piernas me temblaban, ya me parecía acariciar mi deseo, con la punta de mís dedos.
En la primera luna del mes, puse en
práctica todo aquel ritual, bajo la luna llena, solo ella y la noche, fueron testigos de aquello, ahora, solo cabía, esperar…
Transcurrió algún tiempo sin que hubiese señal
de que nada hubiese cambiado. Mi deseo persistía, pero sin resultado.
Pero me negaba a asumir que nunca llegaría a lograrlo. Hasta que un buen día, las esperanzas volvieron a renacer.
La noticia de un nuevo embarazo fue todo un
acontecimiento, aunque la sombra del desastre pendía desde el techo de la
incertidumbre, como una espada puntiaguda.
Los meses seguían avanzando y la preñez seguía adelante. Traspasé el ecuador del tercer mes y raramente, la gestación siguió su curso...
Cumplí todos los meses de embarazo. Ya todo
estaba dispuesto, y la espera se hacía interminable.
Habían pasado seis días de la fecha señalada y
aún no sentía ni un solo síntoma del parto. Era algo inexplicable, pero el caso
es que, pese a lo cercano del alumbramiento, yo estaba mas serena que nunca.
Cierta noche, al acostarme, me sentí algo
incómoda. Sobre las cuatro de la mañana, un pinchazo en el bajo vientre
me despertó. Sentía unas ganas irresistibles de ir al baño. Al ponerme en pie,
sentí como un líquido tibio me resbalaba por las piernas y supe que había
llegado la hora. Sin alarmismos llamé a mí esposo.
-Samuel, despierta, creo que ya viene.
Sobresaltado dio un brinco de la cama.
Sobresaltado dio un brinco de la cama.
Me senté a esperar a que se vistiese.
Y en esos
momentos tan cruciales, me apetecía más que nunca, un gran trozo de tarta de
fresas; de esas que me preparaba mi madre cuando era pequeña y me ponía
enferma. Esas tartas, tan exquisitas, parecían estar encantadas, apartando de
mí, todos los males.
En pocos minutos estaba todo listo y sin
demora, nos dirigimos a la clínica. Cogimos el ascensor; nuestra vivienda
estaba situada el octavo piso. Durante el descenso, al paso entre el sexto y el
quinto, el ascensor detuvo su marcha.
Sin mediar palabra nos lanzamos una mirada
aterradora.
-No es nada, no te preocupes- Respondió,
mientras pulsaba con insistencia el botón de la alarma; pero a esas horas de la
noche los vecinos dormían y nadie escuchaba nada.
Insistíamos con la alarma, viendo que no
había respuesta, los nervios se apoderaban de nosotros. Sollozando, supliqué a voces..
-!!!!Sácame de aquí por
favor, sácame de aquí. Condenado chisme. Se le ocurre averiarse en
este mismo instante!!!!.
Samuel intentaba tranquilizarme,
pulsaba sin tregua todos los botones del ascensor.
Mis suplicas eran verdaderamente angustiosas.
Pero nadie nos auxiliaba.
La evolución del acontecimiento seguía su
curso y las contracciones eran rítmicas y cada vez más frecuentes.
Seguimos insistiendo una y otra vez, golpeando
la puerta con fuerzas, gritamos durante... no sé cuento tiempo, pero nadie dabas
señales de vida.
Con la agitación de las circunstancias y las
contracciones, me sentía cada vez más cansada, en un momento de desesperación
me recosté en el suelo del ascensor. La dilatación fue rapidísima. Con unas ganas
extremas de empujar, el proceso del alumbramiento se desató.
Samuel, sin saber muy bien que hacer, me
repetía-Cariño respira, ffff, fffff...
La cabeza del bebé se coronó en pocos
momentos. La conmoción fue tan grandiosa. Una mezcla de pánico y desesperación
unida a la ilusión de la llegada de ese hijo tan deseado, inundaba
nuestros corazones.
Fue un parto rápido. En unos minutos el bebé estaba entre mi pecho y las manos de Samuel.
Fue un parto rápido. En unos minutos el bebé estaba entre mi pecho y las manos de Samuel.
Lágrimas de alegría corrían por mis mejillas.
Samuel ató el cordón umbilical con la cinta de mi pelo.
Una nueva vida, un precioso bebé que había nacido de mí. Que emoción más gratificante. Aquellos ojos negros llenos de vida, clavados en mi rostro, parecían reconocerme. Acababa de nacer y un fuerte vínculo se había creado entre nosotros.
Una nueva vida, un precioso bebé que había nacido de mí. Que emoción más gratificante. Aquellos ojos negros llenos de vida, clavados en mi rostro, parecían reconocerme. Acababa de nacer y un fuerte vínculo se había creado entre nosotros.
Autora-Margary Gamboa.
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