Dulce mmmm... la más bella palabra que pueda escuchar a tan temprana hora. Nada me hace más feliz, que el simple hecho de saborearlos.
Son las nueve de la mañana, voy camino del centro para realizar algunas
gestiones, pero antes de coger el metro me detengo ante un escaparate que
resplandece como un lucero. Desde lejos se distingue con facilidad un generoso
letrero que dice “ANTOJOS” ¡Y que antojos! Por supuesto, en este momento,
también son los míos.
Sé, que se adivina mi entusiasmo tan solo con la expresión de mi rostro.
Pero no puedo evitarlo. Intento despegar la nariz del escaparate, pero por un
instante, creo que estoy adherida a él. Tan solo de ojear tan cuantioso
confite, la boca se me hace agua.
Desde fuera se distingue el interior. Veo un magistral mostrador de roble
que parece sacado de una postal, con vitrinas laterales repletas de chocolates
de todas clases, docenas de apetecibles merengues de muchas formas, delicias
turcas, suspiros de caramelos, bombas de nata. Toda una exhibición de exquisiteces
hechas para deleitar al paladar más goloso y exigente.
Las delicias parecen vocearme, aguanto el tirón como puedo para no sucumbir a tan exquisitos manjares. Cuando me dispongo a retirar mis fauces del expositor para marcharme, alguien abre las puertas del local; el cual emana un sin fin de aromas que os aseguro, es difícil describir. Fresa, nata, flan, caramelo, coco, vainilla y todo mezclado con el olor a bizcocho recién sacado del horno. Sin proponérmelo, mis pasos me dirigen hacia el interior del establecimiento. Con los ojos desorbitados frente a aquel derroche de trocitos de gloria, me quedo inmóvil ante el mostrador.
Las delicias parecen vocearme, aguanto el tirón como puedo para no sucumbir a tan exquisitos manjares. Cuando me dispongo a retirar mis fauces del expositor para marcharme, alguien abre las puertas del local; el cual emana un sin fin de aromas que os aseguro, es difícil describir. Fresa, nata, flan, caramelo, coco, vainilla y todo mezclado con el olor a bizcocho recién sacado del horno. Sin proponérmelo, mis pasos me dirigen hacia el interior del establecimiento. Con los ojos desorbitados frente a aquel derroche de trocitos de gloria, me quedo inmóvil ante el mostrador.
-¿Que le pongo?-Me pregunta la chica.
Ojeo rápidamente la cristalera para elegir tan solo, uno. Es difícil
decidirse porque todo es de lo más apetecible. Así que le señalo una enorme
bomba de nata bañada en chocolate y adornada con una gran fresa.
La chica, toma una suavísima servilleta, acerca las pinzas al dulce y lo coge
con mucha delicadeza.
Lo cojo con entusiasmo y salgo del la pastelería con evidentes signos de
felicidad en mi rostro.
Al salir, alguien se queda mirándome con expresión de rechazo. No
entiendo muy bien por qué, y no quiero darle la menor importancia.
Miro hacia la pastelería, para volver a recrear la
vista una vez más, antes de marcharme. Pero en vez de disfrutar
tanta ricura, observo la cruda realidad. Mi propio reflejo, mi silueta trazada a
media luz. Un ser de poca estatura que últimamente crece a lo ancho, con mas de 120 Kl de peso. Confieso que por unos segundos se me pasó por la mente rechazar aquella ricura, pero acto seguido, le doy un ansioso y generoso mordico...
Mientras camino pienso...
Tengo que hacer un poco de dieta, voy a conseguir el mismísimo tipo dela
Barbie. Pero eso será... Mañana...
Mientras camino pienso...
Tengo que hacer un poco de dieta, voy a conseguir el mismísimo tipo de
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