Se pasa las
horas en la puerta de su casa, sentada en su silla de nea, viendo pasar los
años de refilón, por la esquina de su calle. Con ganas de que la tierra reclame
sus huesos, suspira con tanto ímpetu, como si la vida se le escapase en cada
suspiro.
Hoy, el frío cala hasta los huesos, pero a ella le da igual que haga frío o calor, que llueva o
ventee, nunca falta a la cita, y menos hoy, que es el día de
los difuntos.
Pobre infeliz, tiembla como un perrillo
indefenso muerto de frío. Sus manos acarician el mármol con tanta suavidad, que me ha dejado impresionada. Con que esmero se la vé, ordenando
las flores que va a poner en el jarrón. Quita hasta las hojas verdes, para que solo luzcan las corolas y acaricia la foto de su niño con tanta delicadeza ¿Donde dejó su zafiedad?
Parece mentira, se la ve tan vulnerable
ahí arrodillada, mientras limpia la tumba de su niño chico. Cualquiera diría que tiene sensibilidad. Ella nunca demostró semejante ternura. Por algo los niños la llaman, la bruja. Siempre ofendiendo,
insultando y maldiciendo a todo bicho viviente.
Yo no puedo recordar, ni un solo día, en el
que la viera sonreír. Jamás se dirigió a mí, con una palabra amable, ni para
darme los buenos día, y eso que vivimos puerta con puerta durante mas de
cuarenta años.
Siempre pensé
que esa mujer tenía al demonio dentro. Quien me iba a decir a mi, que me
sorprendería tan gratamente. Y mas aún, cuando ha cogido una de las flores del
jarrón de su niño y la posado sobre mi tumba.
Margary
Gamboa. ©todos los derechos reservados
Muy buen final, Margary, realmente sorprendente, has sabido llevar la historia de tal manera que no he sospechado nada hasta llegar al final.
ResponderEliminar¡Muy bien!
Besitos
Ya ves querida amiga esta vida es una caja de sorpresas...muchas veces el exterior no es reflejo del interior...hoy te sigo más que ayer pero menos que mañana.
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