Ayer fue mi cumpleaño. Me pasé tó el día deseando que llegara el
Juan.
A media tarde me senté en el porche para verlo aparecé.
Me intentaba distraé mirando lo alrededore pá que la espera se me
hiciera meno pesá.
El sol se veía enrojecio y teñía a las hoja de lo árbole de un color
anaranjao.
El silbio del viento era constante. Me entusiasmaba el colorio de la
gitanilla. En esta época del año, ló naranjo están rebozandito
de azahare, empapan to el ambiente de su aroma. El rosal, cuajaito
de rosa estaba para echarle un retrato. El aire arreciaba y en ocasione, el
polvo se arremolinaba en el camino. La espera se me hacía interminable…
El Juan es un muchacho muy garboso.
Me pretende desde hace casi un año. Trabaja en lá siembra del Macario;
el vecino de al lao. Sús tierra colindan con las nuestra.
Cuando le llevo a mi padre la vianda hasta el sembrao, siempre veo al
Juan a lo lejo, y él, me agita su sombrero desde la distancia.
Trabaja mucho, es muy apañado. Le gusta la taranta y a vece tararea
alguná toná, mientras se patea el arao.
Siempre que viene el Juan, mi padre está al acecho. Es muy pejiguera,
solo con la mirá, me hace retemblá, porque él, lá mata callando.
Nunca me ha puesto una mano encima, ni siquiera de renacuaja. Siempre me
ha tratao con mucha pacencia. Yo le tengo cantidá de respeto, siempre se lo
he tenío y ahora quizá má, será porque ya encaneció.
Siempre me dice que soy una cabra loca, porque me encanta retozá por el
cañadón y me dice, que eso no es de señorita.
Ayer, como siempre, mi padre estaba vigilando por detrás del
cortiná; se suele asomá de vez encunado. Mi madre, mientras, ensimismá preparaba la cena. Ella ignora que mi padre siempre está al acecho, porque
suele disimulá cuando ella se acerca.
Me da un poco de vergüenza que me ande en vigilancia, porque ya soy
mayor, ya tengo dieciocho.
En el pueblo tóa las moza de mi edad ya están pedía o casá, pero a
mi padre, ¡Maldita la gracia que le hace que venga nadie a cortejarme! Si por él fuera, me quedaría tóa la vida pá vestí santo'.
Me había ataviao a conciencia pá la ocasión, con el vestio de ló domingo, auque no lo era. Ya sobre la ocho, alcancé a ver a lo lejo, la
figura del Juan. Se veía muy pequeñito, pero se acercaba muy rápido. Al verme
sentaíta en el porche, me agitó el sombrero y apretó má el paso y en
un momento, había recorrio la verea que llega hasta la casa.
Venía bien arreglaito, muy repeinado, con camisa limpia y pantalón
planchao.
Se acercó a mí muy sonriente, mientra se sacaba el cigarrillo de
entre la comisura de la boca. Me agarró la mano y la besó con mucha
guapura; como si yo fuera una dama de cine. Me felicitó y me ofreció un ramito
de flore silvestre que escondía trá él. Traía también, una cajita muy
chica, sujeta con un lazo rosado. Me puse tan nerviosa que me hizo sacá ló colore.
Me gustó mucho el regalo. Eran uno
zarcillo de coral con un hilo de oro.
zarcillo de coral con un hilo de oro.
¡Que mozo má atento!
Despué de sujetármelo en las orejas, con mucho empaque me agarró la mano
para salí a paseá. Yo retrocedí, porque vi moverse el cortinal y le hice
sabé que mi padre estaba al acecho.
Así que no sentamo en el porche y conversamo un rato largo, mientras
mirábamo lá estrella. El cielo estaba cargadito de ella. El Juan vio una
estrella fugá y me dijo que había pedio un deseo. Cuando se percató de que mi
padre no nó vigilaba, me convidó a ír al establo. Me dijo que allí estaríamo má calentito y ademá... fuera del alcance de lo ojo de mí padre.
Acepté, porque no vi malicia en aquello.
Cuando llegamo al establo, con fingimiento de que estaba agotao me
dijo:
–Anda ¡ven-acá-pacá! – y me retumbó en el heno.
Yo notaba algo raro al Juan, que con voz cosquillosa me susurra al oído
cosa melosa, y me estrujaba con fuerza entre sú brazo, casi dejándome sin
aliento. Me agradaba un montón el olor a heno fresco y sus continuas carantoñas
y piropo, me sofocaban.
Él Juan es muy tená, lo descubrí ayé porque no me daba tregua a
que me pudiera resistí, a sus continuas cucamonas.
Retumbao en el heno y con mucho descaro, empiezo a deshacerme ló lazo del refajo. Yo, me negué porque eso me causo mucho incomodamiento.
Nunca se había comportao así el mú truhán.
Entre tanto besuqueo y carantoña, lo cordone de su calzón se enmarañaron
con los lazo de mi refajo. Él Juan, cada vez estaba más enrojecío. Su cara
parecía que iba a estallar de un momento a otro. La verdad, es que no sabía
yo mú bien, lo que estaba allí pasando, porque le retemblaba la voz y sudaba como
un descosio, mientra intentaba desmarañar el entuerto del puñetero refajo.
Creo que no tiene mucha habilidad con los cordone.
Yo estaba nerviosita, por el temor de que mi padre nó echara en falta.
Pero el Juan, seguía enfrascado en el enreo y cada vez, más sofocao. Estaba
muy agitado, parecía que iba a estallá, como una gaseosa después de ponerla al
sol. De repente, cerró los ojo y suspiró extraño. Me asusté muchísimo,
porque por un momento creí que estaba agonizando. Nunca había visto yo a nadie
en de esa manera. Pero no pasó ná... Gracias al mismito Dios, que no.
Allí estuvimos callaitos los dó, quietito, durante uno cuanto minuto,
en lo que yo, estaba intentando explicarme, lo que allí había pasao, y de
repente, me hablo ya con la voz normal:
–Anda Carola, ve arreglándote el pelo que lo tiene enmarañao.
Yo, me embutí en mi blusa y me recompuse el peináo como pude. Al tocá mi oreja, note que me faltaba un zarcillo ¡AY mare mía, que disgusto
mas grande, mi zarcillo nuevo! Me entraron las siete cosa, pero no me dio
tiempo a buscarlo porque en un periquete, mi padre se plantó en la puerta del
granero.
Venía bufando, como un búfalo cabreao y de su boca no salía ná güeno.
En ese momento, fui yo quien enrojecí de puro mieo y vergüenza. Con la cabeza
agachá, lo vi vapulear al Juan. No me atreví a mirar a mi padre a la cara.
Solo me arriesgué a menear mi saya, para despegá el heno que se
había pegáo a ella. El Juan, al igual que yo, se sacudía el forraje del
pantalón, mientras se disculpaba con mi padre.
Mi padre, me agarró del brazo con ahínco y me arrambló hasta la casa
mientra voceaba... Prohibiendono, volver a verno. Yo miré ló ojo del Juan y supe, que nunca jamá, él, renunciaría a mí...
Carola-En Cáceres- Abril de 1903
Carola-En Cáceres- Abril de 1903
Autora-Margary Gamboa
Que maravillosa eres!!! compartiré tu blog en el mío! que lindo está!
ResponderEliminarhttp://www.eileenovallemiblog.blogspot.com
Este es mi rincón de poesía, ahora mismo iré a compartir tu enlace!