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Ocurrió a principios del mes de Junio, un día soleado y brillante, todavía no demasiado caluroso para esas fechas. Por fin lucia el sol después de una primavera demasiado lluviosa.
Jesús y yo habíamos quedado con unos amigos para pasar un día en la playa.
Deseaba salir de aquel sombrío apartamento, en el que me había confinado todo el curso. Inmersa en mis estudios no veía más que libros por todas partes. La necesidad de un descanso se hacia indispensable.
El viaje se hizo cómodo y llegamos pronto a nuestro destino.
Aún no había demasiada gente en la playa.
Al salir del coche respiré hondo y comencé a sacar las cosas.
Acto seguido, sin ni siquiera terminar de colocar los bártulos nos dimos un chapuzón, pero salimos pronto del agua porque estaba demasiado fría.
Después del baño, un poco de relax. Charlamos con nuestros amigos, después jugamos un rato al tenis. A continuación y durante la sobremesa Jesús y yo, decidimos darnos un paseo para explorar calitas cercanas.
Paseando de la mano bajo el sol nos perdimos de la vista de nuestros amigos, antes de que pudieran percatarse de nuestra huida. Necesitábamos de ese rato asolas
Encontramos un sitio excelente para descansar un rato. Unas rocas salientes hacían de sombra. El agua limpia y cristalina y la arena blanca daban un aspecto paradisíaco a aquella cala.
En un intervalo de tiempo el amor se abrió camino, la fantasía y la realidad hicieron que ese momento fuera realmente sublime. Deseábamos que nunca llegase a su fin, que el reloj se parara y nos complaciera dejándonos allí, unidos, al unísono.
En un momento de sosiego Jesús me propuso.
-Casémonos en este mismo año.
La propuesta me ilusionó muchísimo y asentí de inmediato.
Estaba tan feliz. Todo aquello me parecía de cuento de hadas.
Hicimos muchos planes de futuro, detallamos nuestra boda, cuantos hijos tendríamos, donde viviríamos. Todo lo que una pareja necesita para empezar una nueva vida juntos. Estábamos tan inmersos en la conversación que no nos dimos cuenta de el tiempo había pasado rápidamente.
El sol empezaba así que nos levantamos deprisa y corrimos sin parar hasta donde estaban nuestros amigos.
Ellos, viendo que no aparecíamos decidieron emprender el camino hacía la ciudad.
Cuando llegamos y vimos que nuestros amigos habían decidido partir sin
nosotros, recogimos todo precipitadamente y salimos apresurados. Jesús decidió
ir deprisa por la carretera para darles alcance. Durante el trayecto seguimos
hablado del tema de la boda, los dos estábamos muy ilusionados. Pero Jesús
miraba impaciente a los coches que nos precedían, con el cuello levantado
remiraba en busca de nuestros amigos.
-No corras tanto, por favor Jesús-le dije, pero el insistía en
encontrarlos. Me tenía un poco preocupada.
La rapidez con la que conducía, hacía que me agarrara fuertemente al
asiento. Le volví a insistir que no fuese tan deprisa, pero eso fue
lo único que recordaba cuando me desperté en el hospital.
Abrí los ojos sin poderme mover, solo movía la cabeza. Mis padres
lloraban desconsolados a mi lado y yo, adormecida, escuchaba sus sollozos.
El medico venia a menudo y mirar los monitores .Yo solo quería saber como
estaba Jesús, pero no podía hablar. Quería preguntar por él, pero los tubos que
me habían introducido por la boca me lo impedían.
Pasaron varios días hasta que me dieron la triste noticia por partida
doble. Mi amado Jesús había muerto en aquel fatídico accidente y yo no volvería
a caminar nunca más.
Mi único sentimiento en ese momento era una enorme exasperación por lo
sucedido, y por la triste vida que des desde ese infortunado accidente tendría
que vivir. Sin Jesús y en esas condiciones tan extremas, era poco más que
impensable, sentía que la vida para mí ya no tenía razón de ser.
Pasé varios meses en el hospital y por fin me dieron el alta.
Regresé a casa en silla de ruedas. Mí vida desde ese momento sería muy
distinta, estaría sola el resto de mis días.
Mi madre me metió en la cama para que descansase. De repente escuché un
timbre, era el despertador y sin darme cuenta me incorporé en la cama. Estaba
aturdida, no sabía que había pasado. Me levanté de un salto y me dirigí al
salón, estaba en mi piso. El reloj marcaba las nueve de la mañana del domingo y
allí estaban todos los artilugios dispuestos, para un perfecto día de playa.
Sonó el teléfono, y la voz de Jesús me dijo:
- Cariño ¿Estas lista? Ya estamos en camino, en un cuarto de hora
llegamos.
Margary Gamboa
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