Le conocíamos como Don Gastón. Impartía clases particulares de ingles, honrandonos cada tarde con su presencia.
Era un hombre encantador. Vestía siempre con traje y
corbata, zapatos muy limpios y una cartera que le hacia aún más interesante.
Una pequeña perilla adornaba su simpático rostro, las cejas muy pobladas
engalanaban sus enormes ojos azules, se nos hacía tan difícil no regalarle una
sonrisa.
Siempre llegaba a la misma hora, las cinco de la tarde. En torno a su
llegada se escuchaba el sonido de las tazas mientras las colocaban en la mesa.
Mi madre y mi abuela eran adictas al café, ese líquido negro que cada tarde
inundaba toda la estancia con su aroma. El sonido de la cucharilla en la
taza nos recordaba que de un momento a otro sonaría el timbre.
Cuando sonaba el Din-Dom, salíamos las dos corriendo, intentando ser la primera en abrir la puerta, era como un reto, quien recibiera su primera sonrisa, ganaba. No sabíamos muy bien que, pero ganaba. Solo aquella sonrisa nos parecía el mejor premio. Sobre esa hora siempre estábamos al acecho.
Cuando sonaba el Din-Dom, salíamos las dos corriendo, intentando ser la primera en abrir la puerta, era como un reto, quien recibiera su primera sonrisa, ganaba. No sabíamos muy bien que, pero ganaba. Solo aquella sonrisa nos parecía el mejor premio. Sobre esa hora siempre estábamos al acecho.
Por fin suena el timbre y de inmediato salimos las dos a toda prisa hacia la
puerta. Ese día abrimos las dos al mismo tiempo, así que nadie ganó, o las dos
ganamos, según se mire.
Don Gastón saludó con la simpatía que le caracterizaba.. Pero ese día venía con una terrible noticia.
Don Gastón saludó con la simpatía que le caracterizaba.. Pero ese día venía con una terrible noticia.
Nosotras, ajenas a la desgracia que oscilaba por encima nuestras cabezas, nos
encaminamos hacia la mesa del salón. Sacamos los deberes de las carteras y con
entusiasmo abrimos el libro de Ingles por la lección correspondiente. El
profesor parecía mas feliz que de costumbre.
Comenzó a darnos sus explicaciones y a corregir nuestros ejercicios.
Estábamos progresando mucho con el Ingles desde que él venía a darnos
clase y eso en casa era, muy buena noticia.
Don Gastón era muy correcto en el trato, y jamás se salía de su línea de
profesor. No solía charlar de cosas que no fuesen los deberes, pero ese día al
terminar con la lección, llamó mi madre para conversar con ella.
Nosotras, intrigadas, nos acomodamos en el salón, para conocer de primera
mano lo que el profesor quería notificarle a nuestra madre.
Se dirigió a ella muy sonriente, haciéndole saber que ese había
sido su último día como profesor de apoyo. Que aunque estaba muy bien con
nosotras, la madre fortuna le había sonreído con un boleto de la lotería
premiado, así que se tomaba unas merecidas vacaciones de inmediato.
Recomendando a nuestra madre que nos diera clases Doña Valle.
Las dos nos quedamos mudas, aunque estoy segura de que mi hermana pensó
lo mismo que yo ¿Doña Valle? ¡Pero si es una vieja gruñona con cara de acelga!
Mi madre se alegró muchísimo por su suerte, y dijo que era una agradable
noticia.
¿Agradable noticia? ¿Suerte? Nos preguntábamos las dos ¿La madre fortuna le ha sonreído…? Pues desde ahora odiaremos a esa madre fortuna.
¿Agradable noticia? ¿Suerte? Nos preguntábamos las dos ¿La madre fortuna le ha sonreído…? Pues desde ahora odiaremos a esa madre fortuna.
Una mirada cómplice nos delató dejando al desnudo nuestros sentimientos
hacía Don Gastón. Nuestros rostros habían tomado tal matiz al oír tan
terrible noticia, que hasta Don Gastón se dio cuenta de nuestro disgusto.
-Venga chicas, no pongáis esas caras, seguro estaréis encantada con la mueva
profesora, además, casi es final de curso, no debéis preocuparos estáis muy
adelantadas.
Nosotras no soltamos prenda, el silencio selló nuestros labios, pero el
disgusto que nos había producido la suerte del profesor, había arruinado
nuestras vidas, y por supuesto, enseguida se vio reflejado en nuestras notas.
Él, seguro que disfrutó de su nueva fortuna sin acordarse nunca más de aquellas
niñas que a día de hoy aún le llevan en su corazón.
Margary Gamboa.
Margary Gamboa.
Sin duda un estupendo profesor y sin duda también dos alumnas sobre las que ejerció una enorme, positiva , influencia. El profesor que sea admirado y reconocido de esta manera debe rebosar de satisfacción.
ResponderEliminarEl afecto de quien lo ha intentado, pero que, seguro, no ha llegado a tanto.
J.Teodoro
Gracias por el comentario Teodoro: No te quepa ninguna duda de que te admiro como profesor y mucho mas como persona.
ResponderEliminarPienso que durante los años que has ejercido como profesor, también has tenido que ser admirado como Don Gastón, por más de una alumna, que a día de hoy, también te recordaran como el mejor de los profesores que haya pasado por su vida escolar...
Con afecto.
Margary
Me azaras, pero algo de razón tienes. Lo digo con la mayor humildad. es la mía una profesión hermosísima si se hace con vocación, aunque esto de la vocación, pienso que tiene su relatividad. Hay personas que lo mismo pueden ser buenos profesores, que buenos médicos, buenos carpinteros, buenos agricultores o buenos administrativos .... Todo está en el espíritu de servicio y en la honradez e intento de hacer las cosas bien. No quisiera pecar de inmodestia, pero por ahí van los tiros.
ResponderEliminarVolverte a encontrar es un placer. Con todo afecto:
J.Teodoro
PD.- He borrado el comentario anterior porque tenía varios errores ortográficos.
Tu amigo:
JT